Dos son los pilares sobre los que se ha venido sustentando el sutil rescate de un género en declive, la Nueva Comedia Americana: las historias de niños atrapados en cuerpos de adultos y la (auto)crítica a una ideología patriótica trasnochada.
Pero, las apariencias engañan o, al menos, tratan de engañar. El carácter festivo de Paul es en realidad un evidente síntoma de su vulnerabilidad -pues el pobre bicho no ha sido ni será más que una rata de laboratorio-, una metáfora del disfraz con el que cubren quienes manejan los hilos su culpa de las miserias del populacho. Se trata de otro perdedor con el que la cinta pretende acaparar un criterio maduro, huyendo de la ñoñería de la que pecaba ET, el extraterrestre (ET: The Extra-Terrestrial, Steven Spielberg, 1982), e incluso se atreve a lanzar una innecesaria pero jocosa puya contra la inspiración de uno de los grandes de la ciencia-ficción -entre otras cuantas referencias a los clásicos del género.
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